sábado, 24 de mayo de 2008

The Sweetest Thing

El poder sentir los dedos hundiéndose en la arena produce en mi una sensación de paz espiritual que me es muy difícil lograr con frecuencia, y si esa sensación va acompañada a un buen vodka tonic , un Montecristo y un cielo estrellado con una luna llena de fondo es aun mejor.
Tres de los sentidos se unen; el tacto, el gusto y la vista para servir de puerta de escape al Jekill que todos llevamos dentro, y con el que en ocasiones resulta muy difícil convivir.

Nuestro Jekill (me rehúso a llamarlo doctor) se alimenta de todos nuestros temores, se nutre de las preocupaciones, se fortalece con las frustraciones y se dedica atormentarnos lenta y continuadamente, algunos nunca llegan a reconocerlo, otros le temen tanto que tratan de esconderlo entre fármacos y alcohol, otros mas afortunados como yo, tenemos un poco más de suerte y logramos exorcizarlo de nuestro cuerpo cuando ha jodido lo suficiente.

La soledad, la soledad de los desesperados la han llegado a llamar los poetas, quizás la misma que tantas veces Agustín Lara parió en sus composiciones, pero en fin, allí estaba yo, a los pies del Mar Caribe con un trago en la mano derecha, un cubano en la izquierda y un vacio en lo mas profundo del alma.

Una radio que probablemente callaba los sonidos coitales de una pareja en una pequeña carpa, ponía su canto cómplice a mi disposición y un operador de radio trasnochado no hacia si no telepáticamente captar todas las piezas que convertian aquello en un momento mágico, no parecia importarle si comulgaban con el resto de la audiencia, solo era para mi, o al menos así lo parecia.

Fue allí donde la vi por primera vez, y es una imagen que desde entonces se quedó en el portarretratos de mi memoria.

Debo confesar que me fije primero en Carmela, su desenfado me atrajo, fue la primera que me miró con una mirada que oscilaba entre lujuria y necesidad de ser amada, Adela surgió de la oscuridad solo segundos después y cautelosamente se refugió detrás de su prima.

Recuerdo haber intentado un saludo al estilo Guy Willians que debe haber salido lo suficientemente ridículo para que ambas estallaran en un mar de risas, no hubo más que hacer, a partir de allí solo el momento habló y desencadenó la liberación de unos y la tragedia de otros, Jekill se alejaba con una misteriosa sonrisa en los labios mientras le susurraba al trasnochado operador de radio la próxima pieza cómplice.